lunes, 20 de febrero de 2012

Besos de Cocacola

Hace mucho calor. El mercurio del termómetro rebasa los niveles casi hasta hacerlo estallar por los aires. Las pupilas se dilatan, las gargantas se secan, las lenguas empastadas reclaman unas gotas de líquido frío y un ambiente sofocante flota en la atmósfera sin la más mínima intención de pasar de largo.


Rebecca camina cabizbaja, descalza bajo el sol abrasador del mes de julio. Se muestra rotunda en sus andares, está harta de ser la última mierda, de no sentirse comprendida, de ser siempre la mala, de caminar a contracorriente incapaz de poder hacerse con el rumbo de su vida. Su opinión nunca cuenta, a veces se siente un objeto, un jarrón decorativo puesto en algún lugar bonito de la casa…

 “Si quiere que sea mala, lo seré” piensa Rebecca para sí. Bordea la inmensa piscina del hotel en el que se aloja; vestida con unos mini short negros con bolsillos atrás que hacen de su culo un explosivo “paracorazones” israelí; una camiseta blanca de tirantes que se le ciñe al cuerpo, marcándole el pecho y visándole su bikini negro. El astro rey le tuesta justiciero su piel blanca y sensible. El suelo le quema los pies y apura el paso. Una peca nueva le nace sobre su nariz pequeña y respingona. Su melena, larga, lacia y rubia; le hace sudar la nuca agua de otro planeta. Se pasa una mano por el cuello para secárselo; con la otra agarra un libro muy manoseado fuertemente, “La República” de Platón. Resopla y se sienta en una butaca de mimbre de la mesita que está a la sombra en la terracita de la cafetería. Pide una Coca-Cola zero con hielo al camarero y se coloca el pelo quitándose las gafas de sol, para mostrar su mirada oscura y penetrante: Hoy es su tarde.


El camarero trae el refresco de cola, se lo sirve y le cobra. Rebecca apoya los pies en otra butaca que está vacía, flexionando ligeramente sus acentuadas rodillas. Sus piernas fuertes, brillantes y bien torneadas; recordaban que tiempos atrás se dedicaron a la danza.Eran las dos y media de la tarde y prácticamente no había nadie bañándose.

Javier, un moreno de pelo azabache, gatunos ojos verdes y torso fuerte, levanta la vista del libro que está leyendo “Tractatus de Deo et homine ejusque felicítate” de Spinoza; filosofia y piscina ¿Alguien lo duda? La mira quedo oculto tras sus Ray Ban desde el otro lado de la piscina. Está solo y de repente, se levanta de la tumbona dejando el libro y las gafas de sol sobre una toalla color azul que la cubre. Coge carrerilla y se tira de cabeza a la piscina cielo, llamando la atención de Rebecca que cansada de divagar sobre El Mito de la Caverna, los dos mundos, las ideas, y las explicaciones alegóricas de Platón; se pierde al mirar el cuerpazo del loco del bañador rojo y setentero que se acaba de tirar de cabeza al agua en la parte más profunda. Él, nada a braza y se hace un par de largos, se acerca a la escalerilla, se agarra a ella flexionando los brazos y sale del agua chorreando. “Dios, me lo comería entero”.- piensa ella para sí mientras que se muerde nerviosa el labio inferior con el colmillo izquierdo.


Javier, se echa el pelo hacia atrás. Miles de gotitas recorren su cuerpo, poniéndola nerviosa a ella que torpemente tira el refresco, rompiéndose el canto del vaso y derramando toda la Coca-Cola por la superficie de la mesa de cristal. Sólo cinco metros les separan al uno del otro. Lo acaba de ver por primera vez y su corazón late desbocado. Él la mira seriamente y la descoloca.

Rebecca se sonroja, agacha la mirada y cuando la vuelve a alzar, se cruza con los ojos de él que le hacen un guiño. Un hormigueo electrizante le recorre el cuerpo. No le conoce, nunca habló con él; pero ya siente que le quiere, le gusta… Hay algo en su mirada, en sus gestos que es muy especial. Él le dedica una sonrisa de complicidad que la hace palpitar, tiembla... Hacía años que no tenía aquellas sensaciones tan adolescentes, tan buenas.

El camarero limpia la mesa a regañadientes y le retira el vaso roto. - Lo siento.- Le dice Rebecca comedida. – ¿Me podría traer otra?

- Si la paga sí.- La corta el camarero.

Rebecca mira en los bolsillos pero no tiene ni una puta moneda de camareros.


Javier, todavía mojado, se sienta en la barra exterior y llama al camarero para pedirle una Coca-Cola con hielo. Éste se la sirve y Javier le dice.- Ahora se la llevas a la rubia y luego me sirves otra a mí. Rebecca que lo observa en silencio, se queda atónita y le da las gracias a Javier, está sedienta y se va a deshidratar. La temperatura asfixia. Una vez servida, se acerca despacio a la barra con el refresco en la mano y se sienta en otro taburete a su lado.

- ¿Qué leías?- Le pregunta él.

- La República de Platón, ¿y tú?

- El tratado sobre Dios, el Hombre y la felicidad de Spinoza. Me gustas.- Le dice él.

- ¡Estás de coña!- Le dice ella, dejando escapar una risita tonta.

- No lo estoy, es verdad. ¿Temes?- Le pregunta él.

- Si, temo, me asusta porque tú a mí también me gustas, eres como un dêja vù. Es como si te conociera de antes, de otra vida, de otro tiempo. No te conozco pero siento que ya te quiero.


Sus ojos se buscaban, sus bocas se clamaban. Los hielos de la cola se deshacían dentro del vaso de tubo. Una fuerza sobre humana los empujó a comerse los labios. Se deseaban desde hacía tiempo, sus lenguas jugaban ansiosas, entre los dientes, frescas y húmedas, se fundían derretidas una vez encajadas sus bocas. Sus corazones levitaban de felicidad. Ella se quitó la ropa, el calor y el momento, la hacían arder. Necesitaba un baño urgentemente.

Agarrados de la mano, se tiraron los dos a la piscina provocando la detonación de una arrasadora bomba atómica, llevándose todo y a todos por delante. ¿Por qué renunciar a aquellas sensaciones? Saborearon la pasión más ardiente y el amor más puro, intercambiándose besos interminables, infinitos, sentidos, anhelados y salvajes con dulce sabor a Coca Cola.



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